Estaba decidida a convertirse en vegetariana. Probó las zanahorias de todas las maneras posibles. Hizo lo mismo con el tofu, las hamburguesas de lentejas, los chips de garbanzos.
Pero los pollos, bifes y chorizos se las arreglaban para cruzarse en su
camino. Los veía en restaurantes, revistas, en la televisión; incluso llegó a
soñar que los olía y saboreaba. Hace pocos meses entendió que ni su salud ni
ninguna moda podrían conseguir que olvidara la carne de por vida. Y encontró
una solución: el flexitarianismo.